jueves, 13 de octubre de 2011

ENSAYO: "APARECIDA"



      El tema de esta V Conferencia es realmente interesante: “Discípulos y misioneros de Jesucristo para que nuestros pueblos en Él tengan vida”[1]. El discípulo de Jesús está llamado a hacer más discípulos en el mundo entero. Con la misión logra llevar el mensaje a muchos lugares, especialmente a aquellos sitios en los que el Evangelio  no ha sido transmitido. Al hacer esta tarea tan especial, logra dar vida por medio de Jesucristo a muchas personas que necesitan conocer de Él.
     Al ser bautizado lleva el sello de la misión en su vida. Tiene la obligación de proclamar la Buena Nueva a toda la creación y al ser bautizados quienes escuchan el Evangelio, son salvos. Darle a conocer a los pueblos que Dios tiene un rostro humano, que es un Dios con nosotros, que es el Dios del amor hasta la cruz, hace que se cuestionen sobre esta realidad y comprendiendo el amor de Cristo quieran imitar este amor, siguiendo el camino que Jesús invita a transitar.
      El sacerdote es el primer implicado en la misión de evangelizar y si tiene a Jesús como centro de su vida su vocación será fecunda[2]. La misión del sacerdote es realmente importante y a la vez concierne una gran responsabilidad con Dios, con el prójimo y consigo mismo. El sacerdote con su vida consagrada tiene el gran privilegio de tener un medio de santificación y de redención de muchas almas. El sacerdocio es un gran reto, un llamado maravilloso y llevarlo con todo el corazón, con todo el empeño y el amor que se merece es sentirse satisfecho al final de la jornada por una labor bien realizada.
      Esta Conferencia habla de manera especial de no temer a la cruz que supone la fidelidad al seguimiento de Jesucristo. Al llevar la cruz con amor, con entrega, reconociendo que en este servicio a Dios se está al mismo tiempo al servicio del hermano, se comprueba que esta cruz está iluminada por la luz de la Resurrección.
      La vida misma debe ser una misión permanente y el primer lugar que debe ser evangelizado es el corazón de quien va a evangelizar, para que después pueda sacar de su interior toda esa riqueza que tiene para compartir con sus hermanos.


      ¡Qué nadie se quede de brazos cruzados![3] Ser misioneros de Jesucristo es anunciarlo con valentía. Si anteriormente era difícil anunciar a Jesús; hoy  igualmente se está en un ambiente parecido. Pero estas circunstancias no deben ser un obstáculo, sino por el contrario motivar a asumir un reto; un reto que nunca se podrá comparar con el gran sacrificio de Cristo en la cruz.
      Se habla de ser misionero no solo con palabras sino sobre todo con un testimonio de vida. Se está dispuesto a dar todo al servicio de Cristo, llegando incluso al martirio.
      El conocer a Jesús, seguirlo y transmitir su mensaje a los demás es un encargo que el Señor ha confiado a todo discípulo misionero y llevarlo a cabo a lo largo de su existencia es su mayor recompensa.
      El Espíritu Santo fortalece constantemente con sus dones a quien elige ser verdaderamente discípulo y misionero de Jesucristo y de igual modo la Eucaristía es el alimento que lo nutre en este caminar rumbo a la evangelización.
      Conocer a Jesús es el mejor regalo que alguien puede recibir en su vida y por tal motivo debe darlo a conocer a los demás con sus palabras y sus obras, para que ellos también reciban ese maravilloso regalo que Dios Padre ha dado.
      Jesús invita al discípulo a ser pobre siguiéndolo a Él pobre y a anunciar el Evangelio sin poner la confianza en la riqueza. Cuando él anda ligero de equipaje, sirviendo a Dios en los más pobres está reconociendo que toda la confianza la ha depositado en el Señor.
      El Documento exhorta al  compromiso con el cuidado del medio ambiente, a utilizar bien los recursos, a valorar toda la creación de Dios y en especial tener un gran amor por América Latina, que cuenta con una fuente majestuosa de recursos naturales.
      Se debe considerar el descongelamiento de los polos y el calentamiento global y darse cuenta que el ecosistema está cambiando, lamentablemente no para bien sino para mal[4]. Todo  cristiano tiene la responsabilidad de cuidar este lugar y dejarlo mejor de como lo encontró para las generaciones venideras.
      El indígena es una muestra de amor por la madre naturaleza y de compromiso en sus comunidades[5]; lastimosamente muchas de estas culturas están desapareciendo o han sido sacadas de sus tierras por muchos factores de orden social.
      Los medios de comunicación brindan la posibilidad de ser utilizados para el servicio de la evangelización y algunos de ellos tienen una cobertura a nivel mundial[6].
      Existen muchas regiones donde la Eucaristía no se está celebrando dominicalmente debido a la falta de sacerdotes y su mala distribución[7]. Esta situación invita a todos los seminaristas o quienes desean comprometerse en este camino a fortalecer su vocación ya que se necesitan muchas personas que quieran comprometerse con el Evangelio.
      Debido a la falta de una buena evangelización de nuestra Iglesia católica, muchas personas se están pasando a otros grupos religiosos. El deber del discípulo es ayudar a sostener la Iglesia.
      Jesús es el camino, la verdad y la vida, y por conocerlo a Él se conoce también al Padre.
      Jesucristo es el primer y más grande evangelizador enviado por Dios Padre[8] y su ejemplo debe motivar a ser como Él; un hombre valiente, proclamador de la verdad y con deseos de proclamarla a aquellas personas que nunca han escuchado el mensaje de la Salvación.
      Todo discípulo de Jesucristo debe gastar su vida como sal de la tierra y luz del mundo. Debe darle a los demás el gusto por la vida, que sientan el sabor de Cristo en sus vidas y se dejen iluminar por la Palabra de Dios para llegar igualmente a ser discípulos del Señor.
      La vocación del sacerdocio es un don para ponerlo al servicio del mundo y dar verdaderos frutos de un verdadero discípulo comprometido con la Buena Nueva.
      La familia es la base fundamental en la formación de todos los valores cristianos[9]. A partir de ahí, el ser humano se construye sobre bases sólidas que le darán un sentido a su vida.
      El discípulo misionero a quien Dios ha encargado la creación, debe contemplarla, cuidarla y utilizarla, respetando siempre el orden que le dio el Creador[10]. Es un deber luchar por la conservación de este lugar tan hermoso que Dios le ha regalado. Todo lo ha dispuesto el Señor para el bien del hombre y sería ilógico e irracional que él destruya su propio hábitat, el hogar que Dios le ha proporcionado para que disfrute de la creación que Él ha realizado para su felicidad.
      Jesús invita a todo discípulo a ser santo, a vincularse estrechamente a Él, ya que Él es la fuente de la vida y cada sarmiento necesita estar unido a la vid para poder dar frutos y frutos buenos, dignos de Él.
      Quien cree en la Palabra de Jesús se hace hijo de Dios y de tal modo no ha nacido por generación humana, ni porque lo haya deseado, sino que ha nacido de Dios. Por tal motivo debe ser un hijo agradecido con su Padre celestial, que le ha creado por amor y dar a conocer la Palabra del Hijo para que muchos otros se hagan partícipes de este privilegio maravilloso de ser hijos de Dios.
      Todas las Diócesis están llamadas a ser comunidades misioneras[11] con el fin de anunciar en todos los ambientes la Buena Nueva de nuestro Señor. Es realmente importante este aspecto para lograr que el Evangelio sea conocido en todo el mundo, impregnar a las personas de Cristo y darles la posibilidad de tener una experiencia de Dios, para que de igual modo sientan el deseo de llevar la gran noticia a toda su familia,  comunidad, entre otras muchas personas que a lo largo del camino se irán sumando a este número de discípulos del Señor.
      Se podría comparar el anuncio del Reino de Dios a un pequeño fuego  que alguien enciende en un bosque. Al comienzo es muy pequeño y se podría considerar insignificante, pero a medida que crece y coge fuerza, y el viento lo impulsa a seguir adelante, prácticamente no hay que lo detenga hasta que todo el bosque esté consumido. En este caso el hombre que lleva el fuego, es el discípulo misionero; el fuego es la Palabra de Dios; el bosque simboliza los hombres que no han conocido el Evangelio y el viento sería el Espíritu Santo, que impulsa y hace crecer el fuego de tal modo que un árbol se pasa a otro esa llama que lo ha de consumir.
      Esto pasó en el principio de la cristiandad con la venida de Jesús, el mundo entero conoció la Revelación de Dios hecha carne y tal vez muchos creyeron que con la muerte del Mesías se acabaría este mensaje que se estaba transmitiendo; pero la realidad fue otra, Cristo ya había incendiado con su fuego el corazón de sus discípulos y de muchas otras personas que impulsadas por el Espíritu Divino fueron incluso capaces de dar la vida por el Evangelio.
      Igualmente esta historia podría decirse que se repite constantemente en nuestros días, ya que el anuncio de esta Buena Nueva día tras día se proclama en el mundo entero, siendo muchísimas las personas que se vinculan a este misterio de fe y muchas quienes por anunciar el Evangelio están desgastando sus vidas e incluso llegan al martirio.
      La oración personal y comunitaria del discípulo es el lugar donde se alimenta de la Palabra y la Eucaristía, llegando a una íntima amistad con Jesucristo[12] y tomando las fuerzas necesarias para llevar a cabo su misión. La oración es de vital importancia en la existencia de todo cristiano y más aún en la vida de un verdadero discípulo misionero de Jesucristo. La oración y la meditación de la Palabra hacen que el ser se eleve a realidades antes no conocidas y lo separan de este mundo material que constantemente quiere dirigir la mirada del hombre hacia sí para hacerle perder la finalidad última de su vida que es la vida eterna.
      Cuando el ser humano se introduce en este maravilloso mundo de la oración, comienzan a surgir dentro de sí un sinnúmero de posibilidades de vivir, de hacer las cosas, comunicar sus pensamientos, disfrutar su existencia, crear un proyecto de vida, entre otras tantas cosas que conforman su existir. Al orar, la mente del hombre comienza a expandirse y a tener un pensamiento distinto y nuevo que lo hace sentirse seguro en el momento de tomar decisiones. El pensamiento dirigido a Dios eleva al ser humano y lo nutre de tal modo que los obstáculos y demás problemas de la vida van hallando una solución y se continúa el camino sabiendo que a nuestro lado siempre va nuestro Padre celestial guiando nuestros pasos. El misionero encuentra en la oración un arma poderosísima para esos momentos de angustia en los que siente que ya no puede más. Igualmente todo laico comprometido con el Evangelio debe estar sumamente vinculado con la oración para enfrentar todos los conflictos que se le irán presentando a lo largo de la jornada.
      Es muy común ver que en nuestras parroquias sólo se hace catequesis en los momentos previos a algún sacramento, cuando debería ser una realidad constante[13]. La catequesis debe ser una labor permanente en las parroquias ya que siempre habrá personas con deseos de conocer tantas cosas que tiene la Iglesia católica por dar a conocer al mundo. Una sociedad bien catequizada, es una comunidad sólida en la fe, que tendrá los conocimientos necesarios para rebatir tantos interrogantes que se le hacen y en especial aquellas preguntas que vienen de otras religiones o sectas protestantes. Un buen anunciante de la Palabra de Dios, debe ser un buen catequético, alguien que posea los conocimientos idóneos para dirigirse a una comunidad y orientarla con las verdades de la fe católica hacia la verdad plena: “Jesucristo, nuestro Señor”. El párroco o los sacerdotes encargados de las parroquias deben implementar la catequesis y dirigirla a todo tipo de público, para que sea una labor fecunda. Para que la semilla sembrada de buen fruto debe haber una constante administración de estos terrenos, un continuo abono del corazón del hombre para que sea muy productivo.
      En este camino del Evangelio, la vida es un constante aprendizaje y este conocimiento que recibe el discípulo sólo termina con la muerte[14]. Dios ofrece constantemente muchas experiencias de las cuales el hombre puede aprender todo lo que desee. Es deber del evangelizador dedicarse a aprender todo cuanto considere necesario para una mejor extensión del Reino de Dios, durante todo el transcurso de su vida.
      Todo hombre comprometido con el anuncio de la Buena Nueva, debe ver en su hermano el rostro de Cristo, especialmente en los más pobres y desamparados, en los niños y las mujeres que son explotadas y ultrajadas. El ser humano se debe alejar del circulo vicioso del consumismo para aprender a desgastarse a favor de los más necesitados y estar dispuesto a compartir cuanto tenga con aquellos que necesitan de él, tanto material como espiritualmente. El Evangelio es muy claro en esto (cf. Mt 25, 31-45), el Señor hace una relevancia en las obras de misericordia, muestra como se debe obrar con los demás, ya que Él siempre ha estado, está y estará presente en el prójimo y con mayor razón en el hermano que sufre.
      En la evangelización se debe ver la alegría del predicador[15]. Las personas están ansiosas de escuchar la Buena Nueva por evangelizadores que lleven dentro de sí el entusiasmo y el amor en sus vidas. El anuncio del Reino es ya una razón para estar felices, para gozar de este gran misterio de la Redención.

      El anuncio de la Palabra de Dios a todo el mundo ha sido un mandato del Señor. Todo bautizado tiene esta misión y debe proclamarla con mucha entrega sabiendo que es una labor muy noble, donde ganará la Vida, aunque el mundo piense que la ha perdido.

                                                            Juan David Giraldo Narváez



[1]  Cf. Documento de Aparecida, Discurso Inaugural de Su Santidad Benedicto XVI, numeral 3.
[2]  Cf. Ibíd., 5.
[3]  Cf. Documento de Aparecida, Mensaje final, numeral 4.
[4]  Cf. Documento de Aparecida, Documento Conclusivo, 87.
[5]  Cf. Ibíd., 93.
[6]  Cf. Ibíd., 99.
[7]  Cf. Ibíd., 100.
[8]  Cf. Ibíd., 103.
[9]  Cf. Ibíd., 114.
[10]  Cf. Ibíd., 125.
[11]  Cf. Ibíd., 168.
[12]  Cf. Ibíd., 255.
[13]  Cf. Ibíd., 298.
[14]  Cf. Ibíd., 326.
[15]  Cf. Ibíd., 552.

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